domingo, 26 de mayo de 2013

El sonido del crimen

Como un amor que no cuajó hace tiempo
y que supura a veces, ciertas tardes,
en la herida secreta del orgullo,

así suena el zumbido
de las torres eléctricas
tendidas contra el vuelo de los pájaros,
desafiando al mar y a los crepúsculos,
cruzando en desbandada la belleza
sin dar tregua a la vista ni al oído,

sin dar tregua al silencio,
ese tesoro
guardado por los vientos,
comida de las aves de esta isla
tostada como el pan.

Ma bohème

La noche crece lenta,
venenosa,
y tornar al refugio
de la casa encendida
parece lo apropiado.

Mas a veces un poso
de aquel animal nómada
que fuimos al principio
decide por nosotros.
La razón suena entonces
con un fragor de bosque
y tira del coraje hacia lo oscuro.

Atrás se queda ardiendo la ciudad,
cuya lumbre las fieras
rondamos y tememos.

Me voy hacia las playas de la noche,
incandescentes, claras,
porque la arena guarda
las brasas de este día luminoso
que aún arderá al oeste, en el océano.

Cómo parezco vivo
ahora.
            Este pavor
que arrastra sus fantasmas jadeantes
soy casi yo, el mismo de siempre,
sin bullicio, sin luz, sin certidumbres,
merodeando el umbral de vuestro incendio,
el fuego en donde arden
nuestros viejos impulsos.

Y sin embargo, ah,
que bello me parece
el puerto iluminado
mientras suena en mis sienes el destino
y se agita mi vida
como una vela frágil
que no es ni luz ni sombra.

Aspiro esta fragancia,
retengo esta visión en las pupilas
pues sé que he de volver sin prenda alguna
y que ese resplandor
lejano que me aguarda
                                       es el olvido.